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Marc está esperando su turno levantando la mano para poder explicar a la asamblea sus aventuras vividas durante el fin de semana; Berta, sentada junto a su amiga, disfruta de las canciones que la maestra de inglés enseña; Pere ordena el espacio científico cuando termina de trabajar; Joana se esfuerza para comer las tres judías que su tutora le ha indicado; finalmente, Juan -que juega en el patio- se acerca corriendo para hacer la fila cuando su maestra les viene a buscar. Estos pequeños hechos son ejemplos de lo que a lo largo de este mes de FEBRERO queremos trabajar en relación a la virtud de la obediencia. Ejemplos de cómo los niños aprenden, de manera positiva, a adecuar sus impulsos a las normas de convivencia, necesidades del momento e indicaciones de los adultos.
Aprender a ser obediente requiere un gran esfuerzo por parte de los niños ya que, durante estas primeras edades, están muy centrados en sus propias iniciativas y sus motivaciones son muy inmediatas y muy intensas. No les es fácil controlar sus impulsos y deseos ante el esfuerzo que implican algunas propuestas de aprendizaje o las exigencias propias de la convivencia en la escuela. Pero aunque sea difícil, este dominio, que se aprende en estas primeras edades respetando los límites que los padres o la escuela transmiten, ayuda a los niños a sentirse más seguros y a desarrollar un autocontrol que será la base de su autonomía y de su libertad. Asimismo, queremos ayudarles a ser personas empáticas, abiertas al mundo, flexibles y creativas, y sabemos que este camino se inicia cuando cada uno de nuestros alumnos es capaz de adecuar sus actuaciones e intereses a las actuaciones e intereses de los demás, sin perder las propias motivaciones, pero respetando aquellas normas que facilitan la convivencia y que le ayudan a crecer fuerte, perseverante y solidario.
El reconocimiento es un fuerte estímulo que nos ayuda a educar en esta virtud, hay que felicitarles cuando han superado un pequeño obstáculo personal para obedecer y todos los niños están felices cuando reconocemos sus esfuerzos. Día a día, se dan muchas oportunidades de éxito y de superación personal que facilitan el desarrollo de una autoestima positiva. A veces puede ser quitarse solo el calcetín, caminar despacio por la calle o ordenar el pijama cuando la mamá o el papá lo dicen. Pequeñas cosas que fortalecen su carácter, los hacen sentir capaces y autónomos y posibilitan pasar de la obediencia externa a un autocontrol interno aunque no haya nadie delante para regañarles o felicitarles.
El proceso para llegar a ser obediente consiste en desplazar el propio deseo personal de forma consciente y voluntaria para aprender a asumir más autonomía y, asimismo, entender que el mundo es mucho más que la propia percepción; la obediencia es pues una puerta y un regalo que permite a nuestros alumnos ampliar su mirada hacia las propias capacidades y establecer relaciones personales de confianza entre ellos y entre los adultos. Lejos de ser un valor pasado de moda que remite al castigo, lo debemos ver como una parte importante de la pedagogía que ayuda a los niños a ser mejores personas, a convivir en sociedad y ser más libres para dominar sus impulsos y alcanzar sus sueños.