La Navidad en familia

Hemos de celebrar la Navidad como lo celebraron José y María, los pastores y los reyes magos: teniendo un lugar para Él en nuestro corazón.

La Navidad es para la familia una fuente inagotable de enseñanzas que debemos saber valorar y aprovechar. Para los cristianos el belén no es un objeto decorativo en nuestros hogares o un juguete para los niños, sino un lugar privilegiado donde podemos aprender la sencillez, la humildad, el desprendimiento, la entrega, la alegría, la generosidad, la paz , la estimación profunda. Todos ellos, aspectos imprescindibles para que el ámbito familiar ejerza la fundamental labor educativa que le corresponde.

Pero la Navidad se repite cada año con algunas características similares a las que sucedieron hace unos dos mil años. Entonces, no hubo sitio para el nacimiento del niño Jesús ni en las casas de Belén ni en la puesta donde José fue a pedir refugio. Hoy, puede que también, en algunos hogares, llenos de árboles luminosos, de papa-noels, de tions y de serpentinas de purpurina, no haya tampoco un lugar para la verdadera Navidad. El gran protagonista de la Navidad ya tuvo que refugiarse una vez en el pesebre de un establo. Puede que sigamos obligándole a acurrucarse en un lugar donde será difícil que lo encontremos. Y puede ser, también, que perdamos la Navidad entre las compras de los grandes almacenes, entre los turrones, los barquillos, el cava y entre la publicidad televisiva, cada vez más sofisticada, de juguetes y perfumes. Y como hace dos mil años, la Navidad está donde menos se espera que pueda estar.

Si entonces, sólo dos clases de personas llegaron a adorar al niño Jesús: los pastores y los reyes magos; los sencillos y los doctos; aquellos que sabían que no sabían nada y aquellos que sabían que no lo sabían todo; aquellos que no tenían nada y aquellos que estuvieron dispuestos a dejarlo todo; de la misma forma, hoy, no se puede encontrar al niño Jesús, Dios hecho hombre, desde el orgullo y la soberbia, desde el consumismo loco o el egoísmo. Debemos celebrar la Navidad recordando que celebrar no significa necesariamente consumir; que regalar no es siempre comprar y estar alegres no implica preparar el terreno con unas cuantas copas de cava.

En nuestro hogar empezaremos colocando el pesebre en un lugar preferente donde estemos a menudo. Lo haremos juntos, tanto si nuestros hijos son pequeños como si son mayores, con un cariño lo más parecido posible a cómo San José debería arreglar el establo para que la virgen María se encontrara cómoda dentro de la precariedad de los medios. A su lado nos encontraremos ratos haciendo compañía en la Sagrada Familia. Cantaremos juntos ante el pesebre aquellos villancicos entrañables que aprendimos de pequeños. Rezaremos y enseñaremos a rezar con lo que dicen. Adornaremos la casa, con la colaboración de todos. Tendremos presentes a los más necesitados y enseñaremos a hacer algo para ellos que comporte desprendimiento y dedicación. Nuestra alegría tendrá sus raíces en la paz, la generosidad y el cariño sincero.

Aprovecharemos los días que tengamos libres para estar en familia, para asistir juntos a aquellas manifestaciones tradicionales que nos acercan a la Navidad: pesebres vivientes, representaciones de los pastorcillos... ¡la Misa del Gallo! Procuraremos visitar a familiares más distantes y haremos llegar a nuestros amigos y conocidos nuestra felicitación sincera.

De esta manera tendremos un... ¡Feliz Navidad!


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